El Covid, no sólo ha hecho que las empresas se reinventen; también las personas, quienes van cambiando de parecer, de pensar, sentir, adaptándose a las nuevas formas de convivir, no sólo con personas sino con animales.
Todo empezó con una prima que llegó a la casa con una historia de unos gaticos abandonados en un lote, la tía le contó a sus hijos quienes sin dudarlo le dijeron que llevara uno para casa. ¿Yo? Se preguntaba ella, una mujer que nunca antes había tenido animales, cuidando de un gato, no, eso no podía ser, pensaba… Ella, simplemente se lo llevaría a uno de sus nietos y fin de la historia. Pero no era así.
Ella, ya se había amañado en sus zapatos, se había acomodado tanto a su nueva dueña que le había robado más de un suspiro, una sonrisa y cientos de momentos capturados no sólo por su celular, ni por sus ojos, sino por lo más importante: su corazón. Aquel que por años había reprimido de uno de los más puros y sinceros sentimientos de amor, el de un animal. Si, Kyra, la misma que la cuarentena le había dado la oportunidad de conocer y que en tan poco tiempo le había enseñado lo que ningún humano había podido.
Ya no era una simple gata, era su compañera fiel, la del café de las mañanas, la que al levantarse le daba el primer: buenos días, la que la buscaba con insistencia, porque era su mundo, su todo.
Aquella amistad quedó en su memoria, grabada en lo más profundo de su alma, demostrando que el amor a primera vista puede que no exista, pero sí que una amistad se construye en muy poco tiempo y que una peluda de 4 patas es tal vez una de las mejores cosas que pueden pasar en nuestras vidas.
Aunque Kyra murió al poco tiempo, logró su objetivo con la tía: crear conciencia y ayudar a que más gaticos como ella encuentren hogar. Actualmente van siete gaticos (adoptados) que dejaron de estar en el olvido, para seguir cambiando la vida de otros seres…
Por María del mar Niño Romero
@maricienta8511
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