Londres ¿Por qué me gustas tanto?
¿Será por tu estilo de vida? ¿Será
por tus días fríos y grises o por lo increíblemente hermosa que te ves en las madrugadas
de Trafalgar Square? ¿O por todo lo que me enseñaste?
Londres, 3:30 a.m. era lunes, hacía un frío rompe huesos, tomé un baño rápido de agua caliente para que me despertara un poco, sin embargo las ganas de trabajar me quitaban el sueño por completo. Hace pocos días acepté un “cleaner”, de 4 a 6 de la mañana, era mi primer día. Como todo nuevo, me inauguraron con los baños. Una experiencia inigualable teniendo en cuenta que yo debes en cuando lavaba el baño de mi casa. Gracias a Dios, no me deprimía el hecho de lavar un baño, simplemente el pago, valía la pena y la recompensa aún más: mi viaje a Egipto, el cuál había pospuesto en varias ocasiones por exceso de dinero. En realidad lo demás no importaba, yo sólo quería viajar.
Londres, 3:30 a.m. era lunes, hacía un frío rompe huesos, tomé un baño rápido de agua caliente para que me despertara un poco, sin embargo las ganas de trabajar me quitaban el sueño por completo. Hace pocos días acepté un “cleaner”, de 4 a 6 de la mañana, era mi primer día. Como todo nuevo, me inauguraron con los baños. Una experiencia inigualable teniendo en cuenta que yo debes en cuando lavaba el baño de mi casa. Gracias a Dios, no me deprimía el hecho de lavar un baño, simplemente el pago, valía la pena y la recompensa aún más: mi viaje a Egipto, el cuál había pospuesto en varias ocasiones por exceso de dinero. En realidad lo demás no importaba, yo sólo quería viajar.
Vivía en Canada Water, un barrio
de estrato medio en Londres, con dos colombianos más en una de las casas de
Bob, un árabe aprovechado, que ganaba dinero de forma fácil, subarrendando apartamentos
“flats” en la zona. Pagábamos 60 libras cada uno por una habitación compartida,
una verdadera “ganga” teniendo en cuenta que estaba ubicado en zona 2, muy
cerca del centro de Londres.
Mi clase empezaba a las 9 a.m.
pero siempre me encontraba a las 8:15 a.m. con una amiga, Andrea, una hermosa pereirana
con quien desayunaba en un pequeño coffe
shop que queda a pocas cuadras. Allí disfrutábamos de un ”hot chocolate“ y un sándwich,
mientras “echábamos chisme”. Faltando quince minutos para que
empezara la clase, nos alistábamos para esperar en la puerta. El colegio abría a las 9 en punto, ni un
minuto más ni un minuto menos, al estilo inglés, pero “sólo estilo”, porque en
su interior era un edificio lleno de indianos, latinos y uno que otro italiano.
La clase era con un profesor
húngaro, un “poco” perezoso, de ojos claros, quien intentaba ser agradable para
no levantar sospecha de ser indeseable. Aunque
la clase terminaba a las 12 p.m. yo hablaba con mi profesor para que me dejara
salir antes, para poder así llegar a tiempo, a mi tercer lugar de trabajo: Los
arrieros. Un restaurante paisa ubicado en el centro de Londres, en donde
trabajaba 6 horas diarias.
Al llegar al local me abría la
puerta César, un pereirano simpático, muy alto y “acuerpado” al estilo “Chayanne
Emilio”. Su vida transcurría entre el restaurante, el gimnasio, un cleaner, sus
partidos de fútbol los domingos y las mujeres que lo perseguían a diario. Yo preparaba
la apetecida “aguapanela” con limón,
mientras él alista las mesas. El
restaurante era pequeño, pero de dos pisos, que siempre estaba lleno. Yo me
encargaba de abrir el local junto a César. Entre tanto en la cocina, Rolando,
el chef y su esposa María, ambos bolivianos aguardaban por los clientes.
A las 6 de la tarde finalizaba mi
jornada laboral como mesera, me alistaba para descansar un rato y esperar en un
coffe shop, hasta que fueran las 8 p.m. Para hacer mi último turno en
Abercrombie. Una de las tiendas más populares de Oxford Street, en donde trabajaba
como “overnight” doblando ropa.

Éramos más de 100 colombianos
trabajando cada noche en el local. Las horas pasaban entre conversaciones,
experiencias, chismes, cuentos, chistes , historias de malos entendidos,
pérdidas y problemas de la vida diaria. En cada sala había un “team leader”, quien
estaba a cargo. Este coordinador sólo entendía inglés, en ocasiones corría con
la suerte de hablar español y entenderlo todo. También había un
gran número de indianos, unos cuantos brasileros, ecuatorianos, europeos, entre ellos: polacos, franceses e italianos y uno que otro surafricano.
A las 2 de la mañana agotada. Me apresuraba a organizar y finalizar
las mesas para abandonar el lugar. Caminaba rápido hacia Trafalgar Square para
esperar el N47, el bus de todos. Mi único deseo era llegar a casa para así descansar un poco y empezar
de nuevo mi día.