sábado, 20 de julio de 2013

Londres ¿Porqué me gustas tanto?



Londres ¿Por qué me gustas tanto?

¿Será por tu estilo de vida? ¿Será por tus días fríos y grises o por lo increíblemente hermosa que te ves en las madrugadas de Trafalgar Square? ¿O por todo lo que me enseñaste?

Londres, 3:30 a.m. era lunes, hacía un frío rompe huesos, tomé un baño rápido de agua caliente para que me despertara un poco, sin embargo las ganas de trabajar me quitaban el sueño por completo. Hace pocos días acepté un “cleaner”, de 4 a 6 de la mañana, era mi primer día. Como todo nuevo, me inauguraron con los baños. Una experiencia inigualable teniendo en cuenta que yo debes en cuando lavaba el baño de mi casa. Gracias a Dios, no me deprimía el hecho de lavar un baño, simplemente el pago, valía la pena y la recompensa aún más: mi viaje a Egipto, el cuál había pospuesto en varias ocasiones por exceso de dinero. En realidad lo demás no importaba, yo sólo quería viajar.

Vivía en Canada Water, un barrio de estrato medio en Londres, con dos colombianos más en una de las casas de Bob, un árabe aprovechado, que ganaba dinero de forma fácil, subarrendando apartamentos “flats” en la zona. Pagábamos 60 libras cada uno por una habitación compartida, una verdadera “ganga” teniendo en cuenta que estaba ubicado en zona 2, muy cerca del centro de Londres.



Mi horario era agotador, pero para mi edad  era simplemente normal, de lunes a viernes de 4 a 6 de la mañana hacía un “cleaner” en Chancery Lane, luego tenía uno de 6:00 a 8:00 en un edificio muy cercano al colegio donde estudiaba, limpiando mesas y escritorios.

Mi clase empezaba a las 9 a.m. pero siempre me encontraba a las 8:15 a.m. con una amiga, Andrea, una hermosa pereirana  con quien desayunaba en un pequeño coffe shop que queda a pocas cuadras. Allí disfrutábamos de un ”hot chocolate“ y un sándwich, mientras “echábamos chisme”. Faltando quince minutos para que empezara la clase, nos alistábamos para esperar en la puerta.  El colegio abría a las 9 en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, al estilo inglés, pero “sólo estilo”, porque en su interior era un edificio lleno de indianos, latinos y uno que otro italiano.

La clase era con un profesor húngaro, un “poco” perezoso, de ojos claros, quien intentaba ser agradable para no levantar sospecha de ser indeseable.  Aunque la clase terminaba a las 12 p.m. yo hablaba con mi profesor para que me dejara salir antes, para poder así llegar a tiempo, a mi tercer lugar de trabajo: Los arrieros. Un restaurante paisa ubicado en el centro de Londres, en donde trabajaba 6 horas diarias. 

Al llegar al local me abría la puerta César, un pereirano simpático, muy alto y “acuerpado” al estilo “Chayanne Emilio”. Su vida transcurría entre el restaurante, el gimnasio, un cleaner, sus partidos de fútbol los domingos y las mujeres que lo perseguían a diario. Yo preparaba la apetecida  “aguapanela” con limón, mientras él alista las mesas.  El restaurante era pequeño, pero de dos pisos, que siempre estaba lleno. Yo me encargaba de abrir el local junto a César. Entre tanto en la cocina, Rolando, el chef y su esposa María, ambos bolivianos aguardaban por los clientes.

A las 6 de la tarde finalizaba mi jornada laboral como mesera, me alistaba para descansar un rato y esperar en un coffe shop, hasta que fueran las 8 p.m. Para hacer mi último turno en Abercrombie. Una de las tiendas más populares de Oxford Street, en donde trabajaba como “overnight” doblando ropa.


Éramos más de 100 colombianos trabajando cada noche en el local. Las horas pasaban entre conversaciones, experiencias, chismes, cuentos, chistes , historias de malos entendidos, pérdidas y problemas de la vida diaria. En cada sala había un “team leader”, quien estaba a cargo. Este coordinador sólo entendía inglés, en ocasiones corría con la suerte de hablar español y entenderlo todo. También había un gran número de indianos, unos cuantos brasileros, ecuatorianos, europeos, entre ellos: polacos, franceses e italianos y uno que otro surafricano.

A las 2 de la mañana  agotada. Me apresuraba a organizar y finalizar las mesas para abandonar el lugar. Caminaba rápido hacia Trafalgar Square para esperar el N47, el bus de todos. Mi único deseo era  llegar a casa para así descansar un poco y empezar de nuevo mi día.



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