Después de un diciembre lleno de
natillas, buñuelos, hallacas y comida propia de la época, me dí a la penosa
tarea de pesarme. Una de las pesadillas de los primeros días del año, que toda
mujer siempre hace, una especie de ritual doloroso, que nos acerca a la realidad
femenina: el peso o el resultado de aquellos excesos y extrañas combinaciones
culinarias que se hacen visibles 15 días después.
Ahora bien, yo pesaba 69 kilos el 12 de
diciembre del año pasado y ayer 12 de enero de 2014 decidí pesarme y corroborar
que mi peso es de 73. Cuatro kilos que me hacen infeliz, teniendo en cuenta que
yo, no soy delgada, sino “trosudita” que llaman, de las que no tenemos cintura
sino unas caderas grandes que gracias a Dios, intentan reafirmar algo en la
mitad llamado disque cintura y que mi estatura también me ayuda, ya que mido
1.67 (claro si le preguntamos a la cédula mido 1.70). Aunque nunca llegué a pesar 50 kilos, ni por
las curvas, si lo deseaba con locura, al ver cientos de estudiantes de mi edad
con cuerpos esculturales únicos, que sin necesidad de esfuerzo, ni dietas
rigurosas, siempre se veían bien.
Finalmente, con el resultado del
fin de año, he tomado la determinación de olvidarme de las harinas, dulces y
toda clase de tentación que se le parezca, porque, aceptémoslo, si estoy gorda,
no como aquellas que son exageradas y suben un kilo teniendo en cuenta que
pesan 45. NO, yo soy realista, mi cuerpecito es un mundo de 67 kilos
generalmente y que si regresamos al pasado, a la época de la universidad era de
60-65 kilos máximo pero ahora todo ha cambiado, el tercer piso ya está a la
vuelta de la esquina y bajar de peso no es mi fuerte, pero tampoco imposible.
Por: María del mar Niño Romero
@maricienta8511